Una
de las cinco aseveraciones en las que la inmensa mayoría de los economistas
estamos totalmente de acuerdo es que el proteccionismo comercial reduce el
bienestar económico general. Pese a que se nos suele acusar de dar consejos
contradictorios, en este aspecto no hay debate: nada menos que el 93% de los
economistas* estamos de acuerdo con que el proteccionismo es malo. ¿Por qué
entonces tanta oposición a los acuerdos de libre comercio?
El
principal problema es que los economistas tenemos claro que el crecimiento
económico y, en particular, el comercio no es un juego de suma cero, donde por
cada ganador tiene que haber necesariamente un perdedor, mientras que, para los
legos en economía, resulta contrario a la intuición pensar lo contrario.
Cómo
es posible que el comercio no sea un juego de suma cero lo explicó uno de los
más grandes economistas de la historia, David Ricardo, ya en el siglo XIX. En
su libro Principles of Political Economy
de 1817, David Ricardo propuso que un país debe especializarse en aquellos
bienes y servicios que pueda producir de manera más eficiente y adquirir de
otros países aquellos que produzca de manera menos eficiente, incluso cuando,
en ocasiones, esto represente adquirir bienes extranjeros cuya producción final
puede ser más eficiente. De esta manera, la teoría de David Ricardo hace
énfasis en la productividad de los países. Se trataba de una ampliación de la
división del trabajo propuesta por el “padre” de la economía moderna, Adam
Smith, que se oponía a la visión proteccionista preponderante entonces (y por
lo que parece, incluso ahora), que defendía la producción del propio país y
evitaban el comercio con el exterior).
La
ventaja comparativa es la capacidad de una persona, empresa o país para
producir un bien utilizando relativamente menos recursos que otro. Es uno de
los fundamentos básicos del comercio entre países, asumiendo como decisivos los
costes relativos de producción y no los absolutos. En otras palabras, cada país
en cuestión se especializará en aquello en lo que sea más eficiente, al tiempo
que importará el resto de productos en los que son más ineficaces en términos
de producción. Aunque un país no tenga ventaja absoluta al producir algún bien,
podrá especializarse en aquellas mercancías en las que encuentre una ventaja
comparativa mayor y poder participar finalmente en el mercado internacional.
Se
ve de forma más sencilla con un ejemplo. El país A es más eficiente que el
B. A es capaz de producir los dos únicos bienes de la economía (cañones y
mantequilla), con 600 y 400 horas de trabajo, respectivamente, mientras que B
necesita 750 horas de trabajo tanto para producir un cañón como una tonelada de
mantequilla. Sin comercio, con las 3.000 horas de trabajo disponibles
en cada país, A produciría tres cañones (600 horas x 3 = 1.800) y dos toneladas
de mantequilla (400 horas x 3 = 1.200), ya que con su suma ocuparía las 3.000
horas de trabajo disponibles (1.800+1.200). B produciría un cañón (750 horas de
trabajo) y tres toneladas de mantequilla (2.250). En total, ambos países
producirían cuatro cañones y seis toneladas de mantequilla.
Pero
la teoría de las ventajas comparativas nos dice que esto no es así. Que sería
mejor para ambos países que cada uno se especializara en lo que es comparativamente
mejor. A es comparativamente mejor que B produciendo mantequilla, ya que emplea
el 40% del trabajo que B (400 horas vs. 1.000 horas), mientras que para
producir cañones emplea el 60% del trabajo que B. Así, si A se especializara en
lo que es comparativamente mejor (la mantequilla), podría dedicar las 3.000
horas de trabajo a producir 7,5 toneladas de mantequilla (3.000/400 =7,5), mientras
que B dedicaría sus 3.000 horas de trabajo a producir 4 cañones (3.000/750 =
6). En total, ambos países producirían 4 cañones y 7,5 toneladas de mantequilla
y comerciarían los productos de cada país por el del otro. El resultado final sería
que la producción global se habría incrementado en 1,5 toneladas de mantequilla. B intercambiaría con A tres cañones a cambio de, por ejemplo, 4,5 toneladas de mantequilla, y así A acabaría teniendo tres cañones, como antes, y tres toneladas de mantequilla, una más que antes; mientras que B tendría un cañón, como antes, pero 4,5 toneladas de mantequilla, una y media más que antes. Ambos países acabarían mejor que sin la especialización que el comercio posibilita.
La
razón para ello es que cada país cuenta con una cantidad limitada de personas
(trabajo), que solo pueden dedicar una limitada cantidad de horas de trabajo a
una tarea particular. Un país no podría producirlo todo pues el tiempo que
dedica A, por ejemplo, a producir cañones lo detrae del tiempo que dedica a producir
aquello en lo que es más competitivo, la mantequilla. Según la teoría de la
ventaja comparativa, dicha ventaja procederá del coste de oportunidad al que se
enfrente en la producción de cada bien.
Se
trata de la idea básica de que los países eligen especializarse para poder
comerciar en actividades donde tiene cierta ventaja y no en lo que hacer mejor
en comparación con los demás. Por lo tanto, la diferencia con la teoría de la
ventaja absoluta radica en que no se produce lo que al país le cuesta menos,
sino aquel con menores costes comparativos.
Siguiendo
este patrón de conducta la libertad de comercio es mejor que el proteccionismo.
Un esquema muy simple pero que se convirtió rápidamente en uno de los pilares
fundamentales en el estudio del comercio internacional.
*ALSTON, Richard M., Is there consensus among economists in
the 1990s? American Economic Review, 1992.