La representatividad del sistema electoral español es mediocre. La
legislatura no es el “espejo de la nación”. Aunque los resultados son más
representativos que cualquier sistema no proporcional, también son de hecho los
menos representativos de entre los sistemas electorales proporcionales. El
sesgo mayoritario del sistema electoral en España se debe al reducido tamaño de
las circunscripciones. Los principales partidos, perjudicados son los partidos
minoritarios de ámbito estatal (IU, UPyD y Ciudadanos).
En la tabla muestro la prima electoral en escaños, esto es,
el número de escaños obtenidos por encima (en positivo) o por debajo (en
negativo) de lo que correspondería a cada partido de haberse repartido los
escaños de un modo completamente proporcional. He diferenciado entre los
escaños obtenidos por partidos nacionales mayoritarios (PSOE; UCD en 1977 y 1979;
CP y PP desde 1982) y partidos nacionales minoritarios (el Partido Comunista en
sus diferentes versiones, PCE, IU y UP; Alianza Popular en 1977 y 1979; CDS,
UPyD y Ciudadanos), y por último, Podemos, que es un partido medio, pues su
porcentaje de voto oscila alrededor del porcentaje (19-21%) en el que el
sistema electoral parece ser neutral.
Como se observa, los partidos nacionales mayoritarios están
sistemáticamente sobre-rrepresentados en todos y cada uno de los procesos
electorales vividos en España. El PSOE obtiene una media de 16,6 escaños más de
los que le correspondería de repartirse éstos de forma proporcional, lo que a
lo largo de todas las convocatorias electorales suma un total de 216 escaños de
más. En cuanto a la UCD (en 1977 y 1979) y Coalición Popular o Partido Popular,
desde 1982, obtienen una media de 22,8 escaños por encima de lo proporcional, y
una suma total de 296 escaños de más. UCD resultó durante las dos primeras
elecciones el partido más beneficiado hasta la fecha por el diseño electoral[1], obteniendo 44 y 45 escaños
de más en las elecciones de 1977 y 1979, respectivamente.
Ello se debe a que las provincias más rurales y de voto más conservador están sobrerrepresentadas, en perjuicio de las provincias con un mayor voto urbano, y su composición sociológica beneficia a los partidos de centro-derecha respecto a los de centro-izquierda. Ningún otro partido ha vuelto a acercarse a unas primas en escaños tan elevadas, ya que la evolución social durante estos casi cuarenta años de elecciones democráticas ha vuelto menos conservadoras a las provincias menos pobladas y más conservadoras a las ciudades, reduciendo el sesgo hacia la derecha del sistema electoral, aunque sigue existiendo y ha sido estimado recientemente en nueve escaños[2]. Este sesgo electoral también se produce ante la disyuntiva de partidos tradicionales y “nuevos”, beneficiando a los primeros y perjudicando a los últimos por ese mismo “sobrepeso” de las provincias menos pobladas (donde el voto es más envejecido y conservador, y se dirige preferentemente hacia PP y PSOE) e infrarrepresentación de las más pobladas y con grandes ciudades (donde el voto es más juvenil y más abierto a nuevas opciones políticas, beneficiando a Podemos y Ciudadanos). En las dos últimas elecciones ese sesgo se estima en unos once escaños a igualdad en el porcentaje de voto[3] en favor de cada uno de los partidos tradicionales.
Ello se debe a que las provincias más rurales y de voto más conservador están sobrerrepresentadas, en perjuicio de las provincias con un mayor voto urbano, y su composición sociológica beneficia a los partidos de centro-derecha respecto a los de centro-izquierda. Ningún otro partido ha vuelto a acercarse a unas primas en escaños tan elevadas, ya que la evolución social durante estos casi cuarenta años de elecciones democráticas ha vuelto menos conservadoras a las provincias menos pobladas y más conservadoras a las ciudades, reduciendo el sesgo hacia la derecha del sistema electoral, aunque sigue existiendo y ha sido estimado recientemente en nueve escaños[2]. Este sesgo electoral también se produce ante la disyuntiva de partidos tradicionales y “nuevos”, beneficiando a los primeros y perjudicando a los últimos por ese mismo “sobrepeso” de las provincias menos pobladas (donde el voto es más envejecido y conservador, y se dirige preferentemente hacia PP y PSOE) e infrarrepresentación de las más pobladas y con grandes ciudades (donde el voto es más juvenil y más abierto a nuevas opciones políticas, beneficiando a Podemos y Ciudadanos). En las dos últimas elecciones ese sesgo se estima en unos once escaños a igualdad en el porcentaje de voto[3] en favor de cada uno de los partidos tradicionales.
En cuanto a los partidos nacionales minoritarios, el PCE o
IU en sus distintas configuraciones electorales ha sido históricamente el gran
perjudicado, con una prima negativa media de 12,7 escaños por elección, y un
acumulado de 152 escaños obtenidos de menos en los doce procesos electorales en
los que se presentó encabezando una lista[4]. Se trata de un enorme
castigo para un partido que desde el año 2000 apenas ronda la mitad de los
escaños que le correspondería. También los partidos de centro y centro-derecha
se ven perjudicados por el sistema electoral cuando son minoritarios. Alianza
Popular (AP) en 1977 y 1979; el Centro Democrático y Social entre 1982 y 1993;
UCD en 1982; UPyD en 2008 y 2011; y Ciudadanos en 2015 y 2016, pierden una
media de 11,4 escaños sobre los que les correspondería en cada convocatoria
electoral en la que se presentan. UPyD había triplicado sus escaños en 2011,
año en el que obtuvo 5 escaños, cuando le hubieran correspondido 16, y
Ciudadanos logró 9 y 15 escaños menos de los que debería en 2015 y 2016, y ello
a pesar de que su porcentaje de voto no fue desdeñable en ninguna de esas
elecciones (13,9% y 13,4% respecto al voto válido a candidaturas).
Así pues, son los partidos nacionales mayoritarios los que
están sobrerrepresentados, mientras que los partidos nacionales minoritarios
están fuertemente infrarrepresentados, con dificultades para obtener
representación alguna e incluso sobrevivir. Dentro de los sistemas
proporcionales, el nuestro es uno de los menos representativos, es decir, falla
en el aspecto donde los sistemas proporcionales suelen ser mejores, el de
brindar representación. Tal y como hemos visto en las recientes elecciones de
2015 y 2016, nuestra denostada ley D´Hondt no ha impedido parlamentos plurales
con partidos minoritarios de carácter estatal capaces de hacer de bisagra en
sustitución de los nacionalistas. El verdadero problema es que la
circunscripción provincial no solo atribuye un peso desmesurado a las
provincias más pequeñas[5], sino que obliga a sus
electores a decidir por el juego del voto útil únicamente entre los dos
partidos mayoritarios, de modo que éstos se ven favorecidos en el reparto con
más premio del que los electores estarían dispuestos a darles de votar por su
partido predilecto. Aunque es difícil predecir lo que sucederá en el futuro, la
situación actual de cuatro partidos nacionales de cierta importancia es
inestable, ya que la tendencia del sistema electoral prima la concentración
bipolar del voto, por lo que es probable que al menos alguno de ellos acabe
reduciendo su importancia hasta convertirse en un partido testimonial. De
hecho, Ciudadanos está prácticamente en el límite de caer a la irrelevancia,
pues con una caída de apenas un 4% de los votos entre las elecciones de 2015 y
2016, perdió nada menos que un 20% de los escaños.
Según el sistema electoral, la desproporción puede
producirse a priori (por la asignación de escaños a las distintas
circunscripciones electorales), o a posteriori (por la diferencia final entre
el porcentaje de votos y de escaños obtenidos por cada partido).
Lo primero se mide por el Índice de Mal-apportionment o índice electoral de desproporción, que indica
el porcentaje de escaños que no se corresponde con la población de la
circunscripción. Este índice para España es de un 9,63%, lo que nos convierte
en la 16ª democracia con una mayor desproporción de entre las 78 democracias
del mundo[6]. En teoría debería ser
igual o cercano a cero para que se cumpliera la regla de “una persona, un voto”,
pues cuanto más se aleje de cero, eso significa que el voto de los electores de
alguna circunscripción vale más que el de los de otras circunscripciones. Ese
porcentaje significa que en las elecciones al Congreso nada menos que un 9,63%
de los escaños están asignados a circunscripciones electorales que no los
recibirían si no hubiera una desproporción inadecuada. En particular, las
provincias menos pobladas se ven favorecidas por el hecho de que el mínimo de
escaños a repartir en ellas es de dos, cuando en algunos casos si se tuviera en
cuenta exclusivamente la población, debería tener derecho a un solo diputado.
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