Durante
los últimos meses no dejan de acumularse indicadores adelantados negativos que presagian nubarrones en
el horizonte.
A nivel internacional, la
incipiente guerra comercial entre Estados Unidos y el resto del mundo que está
comenzando a desatarse ocasionará problemas para el crecimiento económico
mundial. Si algo está claro en la teoría económica es que el proteccionismo no
trae más que beneficios a corto plazo para los sectores protegidos y perjuicios
a corto, medio y largo plazo para el resto de sectores y para el conjunto de la
economía y el empleo. Una de las escasas diferencias entre la depresión de los
años 30 y la Gran Recesión del 2008 es que en ésta última los gobiernos al
menos habían evitado entrar en una dinámica de guerras comerciales que
profundizaron y alargaron aún más la economía mundial durante los años treinta.
Y en esto llegó Trump y decidió iniciar las hostilidades comerciales, y eso que
la economía americana disfrutaba de una tasa de desempleo por debajo del 4% y
de un largo periodo de prosperidad. El resultado será una escalada de
represalias del resto de países hacia Estados Unidos que solo terminará cuando
el actual inquilino de la Casa Blanca entre en razón, lo que conociendo al
personaje puede ser nunca, o abandone la poltrona presidencial, lo que ocurrirá
en 2020 como muy pronto. Mientras tanto, el crecimiento económico mundial se
resentirá, y el empleo con él.
El precio del petróleo tampoco
acompaña, y parece estabilizarse entre los 75$ y los 80$ por barril, lo que
para una economía fuertemente dependiente del crudo como la española supone un
lastre. Su impacto comenzará a notarse a partir del tercer trimestre del año,
pero si uno de los “vientos de cola” para la economía española había sido la
caída del precio del petróleo, ese viento ha rolado y ahora golpea de frente.
El otro factor externo impulsor
de nuestro crecimiento, la política monetaria expansiva, también está cambiando
de signo. Las condiciones financieras globales se están tensionando por la
salida de los bancos centrales y las subidas de los tipos de interés de largo
plazo. La retirada de los estímulos por parte de los bancos centrales dejará a
los mercados más expuestos a cualquier choque, y la fuerte volatilidad en los
mercados de valores indica que los inversores comienzan a descontar que la
época de dinero abundante y barato está llegando a su fin, y augura
turbulencias financieras que nunca se sabe cómo podrían acabar.
Si esas turbulencias financieras
acabarán afectando de nuevo al euro se verá con el tiempo, pero la llegada al
poder en Italia de una coalición populista aumenta exponencialmente las
probabilidades de que acabe siendo así. Desde 2011 hasta ahora el colchón de
seguridad de las compras de deuda soberana por parte del Banco Central Europeo (BCE)
ha funcionado como amortiguador de tensiones para la financiación de los
déficits públicos de los países del sur de Europa. Pero con un gobierno en
Italia insumiso al cumplimiento de una mínima disciplina presupuestaria los
incentivos para que la compra de deuda por parte del BCE se mantenga son nulos,
y no hay que olvidar que el BCE posee ya más del 20% de la deuda soberana
española y adquiere actualmente la tercera parte de la deuda que emitimos. En
cuanto deje de hacerlo, lo menos malo que ocurrirá será que el coste de
financiación de nuestro déficit aumentará sustancialmente, lo que nos obligará
a dedicar más recursos al pago de la deuda. Pero en el peor de los casos, si la
desconfianza en Italia se desboca y el BCE no acude como apagafuegos, se
podrían repetir los problemas de financiación de nuestra deuda pública sufridos
entre 2010 y 2011.
En España, otros indicadores
adelantados señalan el final de la bonanza económica. Las ventas del comercio
al por menor están a punto de entrar en crecimiento negativo en tasa interanual,
el turismo ya no es el motor del crecimiento, y la industria comienza a
desacelerar su empuje. No hay que olvidar que la economía española no hace ni
una sola reforma estructural desde 2015, y ha desaprovechado los años de
bonanza vividos para alcanzar el equilibrio presupuestario, mejorar la
productividad del trabajo, acabar con la dualidad y temporalidad en el empleo,
o resolver la sostenibilidad del sistema de pensiones, por solo citar los
problemas más acuciantes a los que no se ha hecho frente durante los tres
últimos años.
Llevo tiempo diciendo que una
economía que crece en torno al tres por ciento durante años y es incapaz de
alcanzar el equilibrio presupuestario en las finanzas públicas está incapacitada
para hacer frente a la más mínima contrariedad del entorno económico. Con una
deuda pública superior el 100% del PIB en España, un nivel que no se veía en
nuestro país desde 1909, si el coste de la financiación de la deuda se eleva
del 1,5% actual no ya a cifras insostenibles del 6%-7% como en 2011, sino a
guarismos perfectamente razonables del 3,5%-4%, nuestra capacidad de
crecimiento y creación de empleo se verá seriamente afectada. Lo cierto es que
en condiciones de financiación normales ningún país ha sido capaz de reducir de
forma relevante y permanente su endeudamiento sin reestructuración o impago
después de haber alcanzado el 100% del PIB, ya que esa enorme deuda obliga a
destinar un porcentaje importante de los ingresos tributarios a pagar sus
intereses. La compra de deuda soberana por parte del BCE, que ha venido reduciendo
nuestro pago por intereses hasta un nivel digerible, abrió para España una
pequeña ventana de oportunidad para librar a las próximas generaciones de una
carga insoportable, oportunidad que se ha dilapidado y que, me temo, ha pasado
para no volver jamás.
Una economía con un déficit del 3%
del PIB cuando ha crecido tres años al 3% es una economía que vive por encima
de sus posibilidades. En un entorno internacional favorable, la inacción no tiene
graves consecuencias, pero en cuanto cambia el viento los problemas irresueltos
salen a la superficie y se hace preciso tomar medidas complicadas y, casi
siempre, impopulares. Dudo que el nuevo gobierno esté en disposición de poder
(ni querer) tomarlas, pero no lo quedará más remedio que intentar capear el
temporal. Eligió un mal momento para hacerse con los mandos del barco.
Artículo publicado en La Gaveta Económica del mes de Julio