La
teoría económica parte de un axioma fundamental: los humanos somos racionales. La
toma de decisiones “racional” dentro de la teoría económica supone que cada
persona decide de tal forma que maximiza su utilidad, que en economía es una
medida de la satisfacción. A menudo se asume que la satisfacción aumenta (o
disminuye) con el incremento (o disminución) del consumo de bienes y servicios,
de la riqueza y del tiempo libre. Cuando comparamos entre distintas
inversiones, se supone que si tomamos la decisión de invertir en una
alternativa concreta (por ejemplo, jugar a la lotería) es porque consideramos
que ésta nos otorgará el máximo beneficio esperado de todas ellas. Pero si esto
es así, ¿por qué jugamos a los juegos de azar?
Los
juegos de azar parecen económicamente irracionales. Por esta razón, la lotería
se ha convertido en tema de interés para sociólogos y economistas. La Lotería
Nacional es el sorteo que mayor porcentaje de la recaudación destina a premios,
un 70%. El resto de juegos de azar dedica entre el 50% y el 55%. Así pues, por
cada euro que invirtamos en estos juegos, el retorno esperado oscilará entre
0,50 y 0,70 euros, según la cantidad destinada a premios. Lo probable es perder
dinero. Y la probabilidad de obtener el premio “gordo” es ridículamente baja.
Es casi veinte veces más probable que te caiga un rayo encima (que ya sería
mala suerte) que ganar el primer premio del Euromillón. El Estado es el que
gana siempre, pues se queda con el resto. Ante esto, no extraña que el
economista británico Sir William Petty se refiriese a los jugadores de azar
como “tontos que se engañan a sí
mismos, personas que tienen excesiva confianza en su propia suerte”, y
el matemático y filósofo Vilfredo
Pareto se refiriese a la lotería como un “residuo de la racionalidad
humana”. Sin embargo, para muchas personas un premio de la lotería supone la
única posibilidad real de llevar una vida más desahogada o de permitirse lujos
que de otro modo nunca podrían tener. De hecho, la sola existencia de la
lotería hace que dicha ilusión siempre exista. Para muchas personas jugar es
una estrategia racional, pues valoran más (les satisface más) una ínfima
probabilidad de quitarse la hipoteca de encima que 2 o 20 euros en el bolsillo.
Roberto Garvía, plantea en un estudio que “jugamos por afición, por el hecho de
pensar o imaginar qué es lo que haríamos con el dinero en caso de ganar, porque
es divertido. Hay mucha gente que juega por “si acaso” y para evitar el arrepentimiento
en caso de que toque a algún conocido y no a uno.
Si
desde el punto de vista individual, jugar a la lotería no es tan irracional
después de todo, tampoco lo es desde el punto de vista colectivo. Las loterías podrían
ser usadas para incrementar de una manera eficiente y equitativa el nivel de
las aportaciones privadas al Estado. Para explicarlo, hay que revisar cómo
recauda el Estado los fondos que necesita para proveer servicios públicos: la
mayor parte de ellos se financia a través de los impuestos recaudados, pero su
recaudación genera ineficiencias y resistencias, y su imposición los hace
proclives a la evasión fiscal. Por otro lado, la donación voluntaria siempre es
inferior a la óptima desde el punto de vista del bienestar general. A través de
las loterías se pueden recaudar voluntariamente más fondos públicos de los que
se lograría a través de la vía impositiva y de las donaciones voluntarias.
Las
loterías serían impositivamente eficientes ya que sería una forma más neutral y
menos dolorosa (menos insatisfactoria) de recaudar fondos públicos, la
recaudación sería superior a la impuesta y más cercana a la óptima para el
bienestar general, y la satisfacción general aumentaría. Aun así, para lograr
que las loterías fuesen no solo eficientes sino equitativas los individuos con
mayor riqueza deberían recibir un premio menor y los de menor riqueza uno
mayor. De esta forma se lograría que las loterías se comportasen como subsidios
que no deben financiarse a través de impuestos confiscatorios. Los menos
afortunados recibirían como subsidio un premio superior y los más acomodados no
se verían obligados a sufragar los subsidios con impuestos confiscatorios,
como ocurre ahora, sino a través de las aportaciones voluntarias
a las loterías, mejorando de esta forma el bienestar general. ¿Cómo se lograría
entonces que los premios de las loterías fuesen diferentes según la riqueza del
ganador? En la actualidad en España están exentos de tributación en el Impuesto
sobre la Renta los premios de 2.500 euros o inferiores, y se somete a
tributación el exceso de los 2.500 euros con tipo impositivo del 20%. Es decir,
el tipo impositivo es el mismo cualquiera que sea el premio (por encima de
2.500 euros) y quienquiera que lo reciba (un desempleado sin ingresos o un multimillonario).
Una solución sería que el premio recibido, aunque fuese igual para todo el
mundo, tributase en el Impuesto sobre la Renta no a un tipo impositivo fijo
(20%), sino al tipo marginal del afortunado ganador (antes de incluir los
ingresos del premio). De esta forma, una persona sin ingresos no tributaría
nada por recibir un premio y, por ejemplo, el Sr. Ortega, dueño de Inditex, pagaría el 52% (el tipo
marginal máximo). De esta forma el premio neto sería superior cuanto menor
fuese la renta del ganador.
Así
que, después de todo, los juegos de azar no solo no son irracionales del todo,
sino que se pueden convertir en un instrumento para elevar voluntariamente los
ingresos públicos de una forma eficiente y equitativa. ¡Quién lo hubiera dicho!