Todas
las encuestas publicadas antes del 26J se equivocaron en sus estimaciones de
voto. Infraponderaron al PP y sobreponderaron a Unidos Podemos. Lo más
llamativo es que todas (excepto una) pronosticaban un sorpaso de UP al PSOE que no se produjo. Ante ese hecho, todos nos
preguntamos, ¿por qué fallaron las encuestas?
Para
intentar responderlo, en primer lugar hay que exponer los hechos. En la
siguiente tabla se muestran la última encuesta realizada por las distintas
agencias demoscópicas, así como tres agregaciones de sondeos o promedios
distintos (el de la Web electograph, el del diario El Español, y el mío propio,
que denomino Sin Tapujos, como mi
blog, y que marco en fondo amarillo).
Como
se observa, la desviación típica de las estimaciones sobre los resultados
finales en todos los sondeos menos uno supera el 2%, e incluso un buen número
de los sondeos presenta un error medio superior el 3%, teóricamente el máximo
que, con una confianza al 95%, se estima para cada encuesta. Unas desviaciones
de menos del 1% respecto a las estimadas en cada partido se podrían considerar
como un acierto. En nuestro caso, lo normal habría sido “acertar” en la
estimación de voto de dos o tres partidos y quizás errar entre un 1% y un 2% en
la estimación de uno de ellos. En algún caso se puede incluso observar un error
cerca del máximo (3%) en la estimación de voto para un partido. Lo que no es normal
es que el error se acerque (o supere) ese máximo en la mayoría de los partidos,
que es lo que ha sucedido. Esa cifra indica errores muy elevados en las
estimaciones de todos ellos. Incluso la encuesta de Juan José Domínguez, la que
más se acercó y la única que no pronosticaba sorpaso, muestra un error no desdeñable, pues solo “acertó” (menos
de un 1% de error) en el voto a UP, aunque desde luego el error medio es muy
inferior a las demás encuestas.
De
los promedios o agregación de encuestas el mío (sin Tapujos, en amarillo) es el
que menor desviación presenta comparado con los otros dos incluidos en la tabla
(El Español y Electograph). En cualquier caso sigue siendo elevada porque aunque
la técnica de agregación reduce los errores muestrales, si todas las encuestas se
desvían mucho y en el mismo sentido, también los promedios se desvían. Mi
conclusión personal es que, hasta que la mayoría de las encuestas no afinen
mejor sus resultados, y no se equivoquen todas en la misma dirección, no tiene
mucho sentido su agregación. Primero los sondeos deben acercarse (por exceso y
por defecto) a estimar la realidad, y luego la agregación podrá ajustar esas
estimaciones hasta hacerlas más veraces. De otra forma, promediaríamos el error
de las distintas encuestas, que es básicamente lo que hemos hecho, en lugar de
reducirlo al mínimo, que es lo que se pretende.
Conviene,
pues, aceptar que se ha errado en las estimaciones de voto y analizar las
causas que lo ha producido, pues de otro forma se volverá a repetir en la siguiente
convocatoria electoral, y no hay que olvidar que llueve sobre mojado: tanto en
las elecciones generales del 20D como en las catalanas del 27S se produjeron significativos
errores en la estimación de voto de los distintos partidos (más en las
generales que en las catalanas). Si bien es cierto, que las encuestas han
acertado en más ocasiones de las que han errado durante los últimos diez años
(han acertado en 5 de las últimas 9 convocatorias electorales), debería
llevarnos a la reflexión que precisamente tres de esos resbalones se hayan
producido en las tres últimas elecciones.
¿Qué
ha ocurrido? ¿Dónde ha estado el error?
Para
empezar habrá que eliminar hipótesis ridículas o conspiranoicas como las que no
dejan de circular por las redes sociales. Ni ha habido pucherazo electoral, ni
las casas demoscópicas se han puesto de acuerdo para sobreestimar a Unidos
Podemos y alimentar así el “voto del miedo”.
Respecto
a lo primero, se trata de un bulo que comenzó a circular por una confusión
entre los datos de participación con y sin el voto de los censados en el
extranjero, tal y como se explica más detalladamente aquí. Una adulteración de los resultados electorales de
semejante magnitud (más de un millón de votos), requeriría de la colaboración
de más de cien mil ciudadanos presentes en las mesas electorales y elegidos en cada municipio (por los ayuntamientos y no por el Ministerio del Interior)
aleatoria y públicamente de entre sus electores, de miles de funcionarios públicos que
velan por un correcto recuento en las meses, así como de decenas de miles de apoderados e
interventores de los partidos, que también están presentes en el recuento, que
guardan copia del acta del mismo, y cuyos datos los partidos pueden cotejar
precisamente para evitar cualquier tipo de fraude. Es decir, requeriría de la
coordinación y colaboración de decenas de miles de personas, con todo tipo de
simpatías políticas, de la propia colaboración de los apoderados del partido
perjudicado, y todo ello sin que se produjera ni el menor atisbo de fuga de
información para mantenerlo oculto, antes, durante y después de realizarlo. Por
eso, es posible afirmar sin ningún género de duda que, en España, un fraude de
ese tipo es sencillamente imposible. Puedo comprender la decepción por las
expectativas frustradas, pero hay que saber aceptar el resultado democrático de
las urnas.
En cuanto a esa presunta confabulación de agencias encuestadoras, resulta risible. Se olvidan que la realización de sondeos políticos no es ni mucho menos la principal fuente de ingresos de las encuestadoras (difícilmente puede serlo si las elecciones se celebran normalmente cada cuatro años), sino la realización de estudios de mercado para las empresas, y que comprometen su prestigio (y sus futuros ingresos) si sus estimaciones en los sondeos políticos resultan evidentemente erróneas. Si una sola agencia demoscópica hubiera acertado el resultado electoral, se habría garantizado unos cuantos años de suculentos encargos para sondeos de mercado, por su ajustado olfato para detectar las preferencias de los ciudadanos. A nadie le gusta hacer el ridículo, como hizo la empresa que realizó la encuesta a pie de urna el día de las elecciones.
Una
vez rechazadas las hipótesis más grotescas, procede analizar las más
plausibles.En cuanto a esa presunta confabulación de agencias encuestadoras, resulta risible. Se olvidan que la realización de sondeos políticos no es ni mucho menos la principal fuente de ingresos de las encuestadoras (difícilmente puede serlo si las elecciones se celebran normalmente cada cuatro años), sino la realización de estudios de mercado para las empresas, y que comprometen su prestigio (y sus futuros ingresos) si sus estimaciones en los sondeos políticos resultan evidentemente erróneas. Si una sola agencia demoscópica hubiera acertado el resultado electoral, se habría garantizado unos cuantos años de suculentos encargos para sondeos de mercado, por su ajustado olfato para detectar las preferencias de los ciudadanos. A nadie le gusta hacer el ridículo, como hizo la empresa que realizó la encuesta a pie de urna el día de las elecciones.
1.
Brexit.
Hipótesis: Dos días antes de las elecciones, los británicos votaron su salida
de la Unión Europea, las bolsas se desplomaron y la inestabilidad política
provocó la fuga de electores de una opción política que propugna un cambio
radical, como Unidos Podemos, en favor de opciones políticas más estables, como
el PP.
2.
Distancia
entre la realización de las encuestas y el día de las elecciones. Hipótesis:
dado el enorme número de indecisos (entre un 20% y un 30% según las distintas
encuestas), y que no se pueden publicar encuestas desde el lunes anterior a las
elecciones, el voto puede variar sustancialmente entre esas fechas y producir
vuelcos electorales.
3.
La
“cocina” de las encuestadoras no está ajustada a la dinámica del voto entre
cuatro partidos. Hipótesis: la imprescindible “cocina” de los datos en bruto de
las encuestas funciona relativamente bien para una situación de bipartidismo,
pero no para el actual modelo tetrapartidista, lo que genera errores en la
estimación del voto.
4.
“Efecto
manada” en las encuestadoras. Hipótesis: Las agencias encuestadoras tienden a
agrupar sus estimaciones de voto en lo que se conoce como “efecto manada”, con
el fin de reducir el riesgo a equivocarse en solitario.
En
próximas entradas las analizaré una a una.