El
voto en el Reino Unido (RU) favorable a abandonar la Unión Europea (Brexit) abre distintos escenarios
posibles para establecer un nuevo marco de relaciones con Europa y el mundo. Lo
que va a suceder ahora es toda una incógnita.
Las
dudas comienzan ya con el momento en el que el Reino Unido invocará el procedimiento
de dos años para abandonar la UE. En estado de shock, el RU es ahora mismo un
pollo sin cabeza. Ahora que han decidido marcharse, los británicos no parecen
tener mucha prisa por hacerlo realmente e intentar posponerlo hasta finales de
2016, lo que no hace sino incrementar la incomodidad y la incertidumbre.
Pero
más tarde o más temprano, el RU y la UE negociarán un acuerdo de salida en el
que se barajan básicamente cinco posibilidades que, ordenadas de una mayor a
menor integración del RU en la UE, son:
1. El
modelo noruego. Noruega no forma
parte de la UE, pero sí del Espacio Económico Europeo, que incluye el mercado único
y las cuatro grandes
libertades (personas, bienes, servicios y capitales). No forma parte ni del
euro, ni de la unión aduanera, así que establece sus propias tarifas
arancelarias y acuerdos con terceros países. Sin embargo, han de implementar (sin
tener voz ni voto) la legislación europea en materia de empleo, protección del
consumidor, medio ambiente y competencia, así como contribuir al presupuesto
comunitario. Este modelo permite el libre acceso sin controles aduaneros de los
productos noruegos a la UE, mientas conserva la soberanía para negociar
tratados con terceros países.
2. El modelo suizo. Suiza y la UE tienen acuerdos bilaterales a la carta (unos 130) por los cuales se establece la libre circulación de bienes y personas entre ambas partes. Suiza contribuye al presupuesto comunitario y se implica en determinadas reglas del mercado interior, aunque no en todas. Sin embargo, cada vez que se modifica la legislación europea ambas partes deben renegociar los acuerdos uno a uno, lo que complica mucho la relación política.
2. El modelo suizo. Suiza y la UE tienen acuerdos bilaterales a la carta (unos 130) por los cuales se establece la libre circulación de bienes y personas entre ambas partes. Suiza contribuye al presupuesto comunitario y se implica en determinadas reglas del mercado interior, aunque no en todas. Sin embargo, cada vez que se modifica la legislación europea ambas partes deben renegociar los acuerdos uno a uno, lo que complica mucho la relación política.
3. El
modelo turco. No hay libre
circulación de personas, servicios ni capitales, pero sí de bienes, ya que
Turquía está dentro de la unión aduanera, aunque algunos de sus productos pagan
un arancel reducido por entrar en la UE. Turquía no puede establecer sus
propios aranceles exteriores, e igualmente debe aceptar los acuerdos
preferenciales entre la UE y terceros países, pero no contribuye al presupuesto
comunitario.
4. El
modelo canadiense. Similar a
Turquía, pero sin entrar en la unión aduanera. Elimina los derechos de aduanas a
los productos industriales, agrícolas y alimenticios, aunque los mantiene en el
resto, así como en los servicios. Canadá mantiene su aduana exterior y no acata
los acuerdos preferenciales de la UE con terceros países.
5. El
modelo OMC (Organización Mundial del
Comercio). Es el escenario rupturista. No habría acuerdo y el RU saldría de la
UE en dos años sin opción para negociar ningún tratado o política común. En ese
escenario, el RU podría ingresar en la OMC, que establece unas tarifas
aduaneras reducidas, unas normas para dirimir conflictos y no prevé la libre
circulación de personas. Los productos británicos tendrían que pagar el mismo
arancel para exportar a la UE que el resto del mundo.
Un
acuerdo “a la noruega” sería un escenario “gatopardiano”, en el que “todo cambiaría
para que nada cambiase”. Para los británicos significaría la salvación de la City. Por el contrario, no tendría ni
voz ni voto en las instituciones europeas, y debería acatar las decisiones que
la UE tomase, además de contribuir al presupuesto comunitario. Sería el modelo
que menos modificaría la situación actual y con un menor impacto económico,
pero a la postre los partidarios del Brexit
no lograrían lo que más los motivaba: el control de la inmigración y no contribuir
al presupuesto europeo. Además los británicos tendrían que aceptar lo que los
europeos decidieran sobre todo tipo de materias, en lugar de obstaculizarlas o
modificarlas como hacían hasta ahora.
El
modelo suizo sería un escenario de integración intermedio, una solución ad hoc para Suiza que bien podría
aplicarse al RU. Reduciría la contribución británica al presupuesto comunitario
(Suiza paga en torno al 60% que el RU), pero no la eliminaría. Los acuerdos en
manufacturas, investigación, agricultura o pensiones serían relativamente
fáciles. Pero los acuerdos sobre los servicios y, especialmente, los
financieros serían mucho más complicados, y no se alcanzarían hasta después de
la salida efectiva. Para el RU exigiría la libre circulación de personas y
contribuir al presupuesto comunitario, aunque menos que ahora. Para la UE es difícil
de gestionar, por la continua renegociación que exige. De hecho, la UE quiere
que Suiza pase al modelo noruego.
El
modelo turco o canadiense sería más aceptable para los partidarios del Brexit, pues no implican libre
circulación de personas ni aportación al presupuesto comunitario, pero
cualquiera de ellos dañaría la City,
así como el intercambio de servicios que, recordemos, tienen hoy un mayor peso
económico que el de bienes.
Los
europeos están divididos sobre qué actitud tomar. La conciliadora nos llevaría
a un modelo a caballo entre el suizo y el turco, con acuerdos específicos en
los productos menos sensibles y una circulación limitada de personas, esto es,
no se aplicaría a los actuales residentes tanto en la UE como en el RU, y se
establecería un límite o cupo anual máximo y recíproco. Igualmente se llegarían
a acuerdos en materia de pensiones y sanidad, con sus compensaciones
económicas. La agresiva es el “out is
out” del Presidente de la Comisión, que acabaría con el RU en el modelo OMC
o, como mucho, en el canadiense. Sería todo un desbarajuste, tanto para las
empresas como para las personas. Lo peor del caso, es que los promotores del Brexit están divididos y no saben lo que
quieren ahora que han ganado el referéndum. Así que nos queda un largo periodo
de incertidumbre. Lo peor para la economía.
Artículo publicado en El Día el 3/07/16.