miércoles, 6 de julio de 2016

26J: Lo que las encuestas no vieron

Ya he mencionado en otra entrada que las encuestas realizadas durante toda la campaña electoral fallaron de forma clara a la hora de estimar el voto de las distintas fuerzas políticas. Únicamente los datos del PSOE parecían corresponder con la estimación de resultados de los sondeos. El PP obtuvo bastante más de lo previsto, y Unidos Podemos mucho menos. Igualmente he analizado que el Brexit perjudicó a Ciudadanos, pero no a UP, y que el PP se benefició de ese efecto. Queda aún por saber lo que ocurrió con los 1,1 millones de votos perdidos por UP. Una vez rechazadas las hipótesis más grotescas, hay dos posibles explicaciones.

La “cocina” de las encuestadoras no está ajustada a la dinámica del voto entre cuatro partidos.
Hipótesis: la imprescindible “cocina” de los datos en bruto de las encuestas funciona relativamente bien para una situación de bipartidismo, pero no para el actual modelo tetrapartidista, lo que genera errores en la estimación del voto.
 
Es evidente que la posibilidad de elegir entre más partidos genera más dudas entre los electores, lo que complica la asignación de los indecisos para las agencias encuestadoras. Adicionalmente, en las pasadas elecciones se produjo un cambio en los principales partidos que se presentaban: Podemos e IU (así como algunos pequeños partidos más) decidieron concurrir a las elecciones del 26J en coalición, de modo que, como tal coalición, era un contendiente electoral nuevo, del que no se tenían referencias históricas.
 
La media de los sondeos realizados durante los meses anteriores al acuerdo de coalición de mayo, mostraba una caída en la estimación de voto hacia Podemos y una tendencia creciente del PP. IU-UP, aunque no se muestra en el gráfico, alcanzaba en abril el 5,6% de los votos, con un crecimiento de 1,9 p.p. respecto a las pasadas elecciones. La suma entre ambos llegaría al 24% de los votos, cuatro décimas por debajo de la suma de los votos durante el 20D. 
Estimación Blog "Sin Tapujos"
Tras esa coalición, algunos insistíamos en que los electores no suelen compartir esos acuerdos. Así, en el estudio preelectoral realizado por el CIS en mayo, un 13% de los electores de Podemos el 20D declaraba que lo más probable era que no le votara de nuevo, el mismo porcentaje que los antiguos votantes de En Comú Podem, porcentaje que se incrementaba hasta el 19,4% entre los antiguos votantes de Compromís-Podem, al 31,4% de los votantes de En Marea, y al 51,4% de los antiguos votantes de IU. Son 800.000 antiguos votantes de Podemos que declaraban que lo más probable era que no volviera a votarle, así como 475.000 votantes de IU. Eso sumaba 1.275.000 antiguos votantes que declaraban que probablemente no votarían por Unidos Podemos.
 
En otra encuesta realizada en mayo, esta vez por Netquest/El Español, el 19,5% de los votantes de Podemos había empeorado su valoración sobre este partido por su comportamiento tras el 20D, porcentaje que aumentaba hasta el 42,4% entre los votantes de IU. Esto supone alrededor de un millón de antiguos votantes de Podemos cuya valoración de su partido había empeorado, así como casi 400.000 antiguos votantes de IU con una mala valoración de su nuevo socio, con una suma de 1,4 millones de potenciales votantes descontentos.
 
Es decir, la desafección con Podemos entre sus potenciales votantes estaba ahí, y no parecía claro que una coalición con IU, en la que Podemos aparecía claramente como dominador, pudiese difuminarla. Sin embargo, las encuestas realizadas tras la formación de la coalición electoral consistentemente “sumaban” los antiguos votos a ambas formaciones, provocando el sorpaso.
 
¿Qué es lo que sucedió el día de las elecciones? En mi opinión, buena parte de estos desafectos finalmente cumplió con su primera intención y no votó por la nueva coalición. Era una parte de la población que no se encontraba anteriormente representada por el sistema de partidos tradicional y que no solía participar en las elecciones, pero que en las elecciones europeas y en las generales de diciembre había encontrado en Podemos a su partido. Sin embargo, durante la corta pasada legislatura se decepcionaron con su comportamiento y le retiraron su apoyo, volviendo su secular abstención. Creo que las encuestas infravaloraron, por un lado, la tendencia “natural” de esos electores, en su mayoría jóvenes y recelosos de la política tradicional, a no hacer acto de presencia el día de las elecciones y priorizar su tiempo libre, especialmente durante el verano; y, por otro lado, que el electorado de IU no veía con buenos ojos la coalición con Podemos, y que es un electorado con ideas propias, capaz de votar elección tras elección a su fuerza política predilecta pese a que, en la mayor parte de las provincias, su voto no se traducirá en escaño.
 
Hay otro dato que parece confirmar el primer aspecto, y es la participación electoral. El primer avance de participación electoral de las 11 de la mañana informaba de que la participación electoral a esas horas era similar a las elecciones anteriores (36,87% vs. 36,91%), mientras que a las 18 horas se había desplomado hasta el 51,22%, la menor de toda nuestra historia democrática a esas horas, cuando el 20D era a esas horas del 58,22%, siete puntos porcentuales más que el 26J. Finalmente, al cierre de los colegios esa brecha se redujo hasta la mitad (3,36 p.p.), con una participación electoral del 69,84% vs. 73,20% de las elecciones del 20D. ¿Y por qué las distintas cifras de participación confirman la abstención del electorado de UP? Porque a primera hora suelen votar los electores de mayor edad (más de 65 años), que votan mayoritariamente (según el postelectoral del CIS del 20D) al PP (37,6%) y PSOE (22,2%), y no a UP (10%) o a Ciudadanos (4,9%). Se puede concluir que las personas mayores sí que fueron a votar y lo hicieron en la misma proporción que en las elecciones de diciembre, pero las jóvenes, que suelen ir a última hora de la mañana o por la tarde, lo hicieron en menor cantidad. ¿Y a quién votan los jóvenes? Pues los de 25 a 34 años, por ejemplo, casi un 40% a UP y un 16% a Ciudadanos, mientras que un 11,1% lo hacen por el PP y un 13,4% por el PSOE.
 
Es decir, la abstención en las pasadas elecciones parece haberse concentrado en los electores más jóvenes, lo que perjudicó principalmente a Unidos Podemos y, en menor medida, a Ciudadanos. Es este aspecto, el de la abstención diferencial por edades, el que estaba latente en las encuestas realizadas, pero las distintas agencias demoscópicas no supieron ver ni calibrar adecuadamente. Así que en mi opinión, la causa del error en las encuestas fue una inadecuada estimación de la desafección de los electores más jóvenes por los nuevos partidos, lo que los llevó a nutrir la abstención. Las encuestadoras sobreestimaron la probabilidad de acudir a las urnas de los potenciales votantes de Unidos Podemos, y de ahí el error en la estimación de voto.
 
Efecto “manada” en las encuestadoras.
 
Hipótesis: Las agencias encuestadoras tienden a agrupar sus estimaciones de voto en lo que se conoce como “efecto manada”, con el fin de reducir el riesgo a equivocarse en solitario.
 
La ciencia económica ya estudió este efecto que se denomina "efecto rebaño" o “efecto manada”, un fenómeno psicológico en el que la mayoría de las personas hace algo principalmente debido a que otras personas lo están haciendo, independientemente de sus propias creencias, que pueden ignorar o anular si es preciso. Este efecto tiene amplias implicaciones en el comportamiento del consumidor y se suele producir en los mercados alcistas y en el momento álgido de las burbujas de activos, contagiando a las personas para alinear sus creencias y comportamientos con los de un grupo, en lo que popularmente se conoce como "mentalidad de rebaño". Algo de esa burbuja puede haber afectado a Podemos y a sus estimaciones de voto.
 
En igual sentido “remaba” lo que, en términos de la Teoría de Juegos, se denomina el “juego de la seguridad”. Si muchos organismos o gurús realizan una misma predicción, y varios participantes del mercado (en este caso, las agencias demoscópicas) consideran que su juicio es el adecuado porque probablemente cuentan con mejor información, acabarán por imitar sus predicciones. Hay miedo a ser descalificado si tus pareceres difieren de los de la mayoría. Errar por no haber “seguido a la manada” te puede costar el trabajo, así que decir lo contrario (y equivocarse) resulta arriesgado, de modo que los analistas acaban por concluir más o menos lo mismo que lo que la mayoría, con ligeras diferencias de grado. Si se sigue a la manada el costo de equivocarse no es muy alto, ya que en el peor de los casos si todos se equivocan el costo se diluye. Es lo que ha ocurrido en esta ocasión. Prácticamente todos se han equivocado en el mismo sentido, así que el sonrojo es compartido y la parte alícuota de vergüenza es menor.
 
Unas encuestas empezaron a dar el sorpaso por seguro y el recuerdo del, también estrepitoso, error en la estimación del voto para Podemos el 20D, aunque en este caso por defecto, hizo el resto. Si el 20D nuestras estimaciones “neutrales” infraponderaron a Podemos y nos equivocamos, también puede estar ocurriendo con las actuales, así que mejor las incrementamos, parecieron pensar. Además, si seis meses antes se habían celebrado elecciones, una estimación conservadora sería que los resultados electorales se iban a parecer. “Nada va a cambiar” con unas nuevas elecciones, decían la mayoría de los politicólogos antes de que se convocaran las elecciones al 26J.
 
Lo que no tiene sentido es atribuir estos errores a una suerte de “confabulación demoscópica”. La realización de sondeos políticos no es ni mucho menos la principal fuente de ingresos de las encuestadoras (difícilmente puede serlo si las elecciones se celebran normalmente cada cuatro años), sino la realización de estudios de mercado para las empresas, y que comprometen su prestigio (y sus futuros ingresos) si sus estimaciones en los sondeos políticos resultan evidentemente erróneas. Si una sola agencia demoscópica hubiera acertado el resultado electoral, se habría garantizado unos cuantos años de suculentos encargos para sondeos de mercado, por su ajustado olfato para detectar las preferencias de los ciudadanos. A nadie le gusta hacer el ridículo, como hizo la empresa que realizó la encuesta a pie de urna el día de las elecciones.
 
Lo cierto es que para una buena “cocina” demoscópica hace falta un histórico amplio de elecciones de cada partido, y si Podemos solo se había presentado a las elecciones del 20D, no existía experiencia previa de una coalición entre Podemos e IU, lo que nos lleva de nuevo al punto primero de esta entrada. La “cocina” de las encuestadoras tiene que ajustarse a la nueva situación de tetrapartidismo, y eso llevará tiempo y, probablemente, errores. Mientras tanto, cuidado con el "efecto manada".