El Rey Felipe ha acudido hoy al Congreso de los Diputados para proceder al acto protocolario de la solemne apertura de la XIIª legislatura, lo que han aprovechado los de costumbre para hacerse notar con su habitual numerito, con el objeto de salir en las noticias y, ya de paso, cuestionar la legitimidad de la Corona y hacer apología de la República. Cada cierto tiempo se reabre
en nuestro país el debate sobre la forma de gobierno: ¿Monarquía o República? Pienso
que tenemos problemas más graves (y mejores formas de debatir sobre ellos que estos espectáculos) pero, como suele
suceder, lee y escucha uno tanta demagogia, que no puedo evitar aportar mi
opinión.
Primero.
El cambio de un sistema a otro no mejoraría ni empeoraría la vida de la gran
mayoría de los españoles. La crisis seguiría siendo la misma, y la corrupción y
el desempleo también. El sistema político sería igual de democrático y nuestros
políticos tan incompetentes como ahora. Durante la transición sufriríamos
incertidumbres e inestabilidades, que sí que nos podrían perjudicar, pero si el
proceso se condujera dentro de las normas establecidas (reforma constitucional
y posterior referéndum), no habría motivo para la alarma. La seguridad jurídica
estaría garantizada y la economía seguiría su rumbo. Naturalmente, otra cosa
sería un proceso revolucionario como el que algunos partidos políticos
proponen: saltarse las normas y convocar un referéndum antes de modificar la
Constitución, con lo que la normativa vigente entraría en contradicción con un
hipotético apoyo popular a la República. En un país que se pasa su norma
fundamental por el forro, nadie estaría a salvo y los inversores huirían en
estampida al convertirnos en una república bananera más, tipo Venezuela, donde
las leyes se dictan al calor de un programa televisivo. Otra cosa es que
Venezuela sea precisamente el modelo a seguir. Si queremos vivir pendientes de
conseguir aceite, leche, pan o papel higiénico antes de que desaparezcan de los
estantes, éste es el camino.
Segundo.
A cualquier demócrata le disgusta, como principio, el concepto dinástico. Para
los que creemos en la meritocracia y en la democracia, que uno sea más
importante que los demás por nacimiento nos chirría. La monarquía es un anacronismo,
pero tampoco es el único caso de ventaja por nacimiento. Después de todo,
quienes nacen ricos siempre tienen más fácil acceder a una mejor educación,
mejores contactos y empleos que otros y hacer tabla rasa entre generaciones
resulta antinatural para la mayor parte de los seres humanos, que hacen todo lo
posible por legar a sus descendientes el resultado de su esfuerzo durante la
vida.
Tercero.
Un régimen republicano no tiene por qué ser más caro o más barato que una
monarquía parlamentaria. Existen casas reales muy modestas y presidentes de
república manirrotos. La Presidencia de la República Italiana, un cargo
meramente testimonial, tiene un presupuesto de 228 millones, mientras que la
alemana recibe apenas 31 millones de euros anuales. El coste de las monarquías
europeas varía entre los 39 millones de euros de los Países Bajos y los 8
millones de euros de España. Parecen bastante económicas, aunque la
transparencia suele brillar por su ausencia y hay partidas protocolarias, de
personal y diplomáticas incluidas en otros apartados, así que la comparativa
resulta complicada. Algunos atribuyen a nuestra Casa Real un gasto real de 25 o
50 millones de euros anuales, pero incluso en el peor de los casos, el
presupuesto de la Corona no es mayor que un error de redondeo en las cuentas
públicas. Si el gasto público en España asciende a unos 460.000 millones de
euros anuales, el coste de la Corona para la Hacienda Pública oscila entre el
0,0017% y el 0,01% del total, y nada obligaría a que el coste institucional de
una República fuese inferior. La conclusión es que, asumiendo igualdad de
funciones, los costes de una monarquía o una república se equiparan, así que el
coste económico no puede considerarse un argumento a favor o en contra de
ninguno de los dos sistemas.
Cuarto.
Los derechos y libertades de los ciudadanos son independientes de que un
régimen sea monárquico o republicano. Monarquía y república se han ido alternando
a lo largo de los tiempos y en su seno se han podido desarrollar tanto formas
puras de gobierno como tiranías varias. Después de todo, el fascismo y el
comunismo son regímenes republicanos, aunque totalitarios, igual que lo fueron
las monarquías absolutas.
Así
que no vamos a vivir ni mejor ni peor con una u otra forma de gobierno, de modo
que el debate no es realmente práctico sino doctrinario. Se trata de que “ninguna
decisión es democrática si no se somete a referéndum” o que “nosotros no
votamos esta Constitución”. Responder a lo segundo es pueril: tampoco ninguna
constitución republicana se somete a referéndum periódicamente. Por el
contrario, entre los fines esenciales de cualquier constitución, monárquica o
republicana, se encuentra precisamente el de la permanencia: ser un marco lo
bastante amplio como para poder garantizar un espacio de convivencia duradero con
derechos y libertades permanentes, en el que cohabitan distintas ideologías y
en el que el que se puedan alternar los gobiernos sin tener que cambiar ese
marco en cada alternancia. Votar la Constitución periódicamente no es
beneficioso ni necesario. Si algo en ella no gusta, se ganan las elecciones y
se modifica conforme al procedimiento establecido. Respecto a lo primero, se
trata de la vieja disyuntiva entre democracia directa o representativa. No hay
espacio para ese debate, pero resulta curioso que quienes defienden como única
legitimidad democrática la de la democracia directa, tengan como modelo o
referente añorado la Segunda República cuya Constitución, curiosamente, nunca
fue votada ni refrendada por los españoles, al igual que su forma de estado.
En
España tenemos un Jefe de Estado que no pinta realmente nada, algo que es bueno,
pero que reina por un accidente genético, algo que no es del todo justo. No es
el mejor de los mundos, pero es un acuerdo que parece funcionar correctamente
en la mayoría de países europeos, que en esto de la democracia tienen más
experiencia que nosotros. Y el hecho de que esté amenazado por populistas,
bolivarianos, anarquistas, separatistas, fascistas, neo-comunistas y radicales
de todo tipo, todos ellos amantes de la estabilidad, el entendimiento y el
progreso, me lleva a pensar que algo bueno debe tener. Será que en un país tan
partidista y cainita como el nuestro, que exista una institución neutral, apartidista
y con ánimo de permanencia a largo plazo estabiliza y resuelve tensiones sin
necesidad de revoluciones, y eso los deja sin “trabajo”. Y francamente, antes
prefiero un puesto hereditario alejado de la pelea partidista, que un nuevo
cargo que incorporar al reparto y pasteleo de nuestros mangantes políticos. A
efectos prácticos, la familia real es un grupo experimentado de diplomáticos con
contactos duraderos con los Jefes de Estado de los países no democráticos del
mundo, que son, después de todo, la mayoría. Como instrumento diplomático es
mucho más útil que un presidente de la república ceremonial que cambia cada cierto
tiempo. No en vano, el impacto en imagen y proyección exterior de nuestra
familia real (y la británica), resulta muy superior al de cómo se llame el actual
presidente de Alemania, que nadie conoce. Por otro lado, una democracia es un
equilibrio que debe contentar a todos, y modificar el modelo de estado requiere
un gasto de energías y un esfuerzo político enorme, y todo por un asunto
doctrinario. Según el CIS, la Monarquía es un motivo de preocupación para
apenas el 0,2% de los españoles. Si el puesto de Jefe de Estado es simbólico,
no tiene poder político, ni coste económico adicional, y a nadie le preocupa, ¿qué
más da que el cargo sea ocupado o no por una persona electa, mientras cumpla
satisfactoriamente su función? Tenemos demasiados problemas reales que resolver
como para perder el tiempo y las energías en problemas simbólicos.