"¿Por
qué no librarnos del papel moneda?", se pregunta Rogoff en su libro The curse of cash, pues cree que
ha llegado el momento de poner fecha de caducidad al dinero en efectivo,
excepto quizás a los billetes más pequeños o a las monedas.
De
hacerlo así, tendría un impacto significativo en la actividad de
los evasores de impuestos y criminales, a los que la imposibilidad de
realizar pagos cuantiosos de forma anónima y recurrente les
complicaría la vida. Pero más importante aún sería que permitiría
que los bancos centrales impusiesen tipos de interés negativo a los
depósitos, sin miedo a que el dinero se acumulara en efectivo.
La
ausencia de dinero, argumenta Rogoff, sería un medio mucho más
efectivo que cualquier otro empleado hasta ahora para acabar con el
tráfico ilegal de personas y sus mafias. La promesa de un trabajo,
aunque ilegal, es el motor que alimenta a las personas a emigrar de
forma irregular al primer mundo, pero si los empleadores no pueden
pagarles sus sueldos de una manera opaca al fisco y a la inspección
de trabajo, el motor se griparía. Y sin dinero en efectivo que
escapa a todo control, esos pagos recurrentes por trabajos
irregulares sería imposible.
Rogoff
propone mantener de forma indefinida los billetes pequeños (aunque
podría analizarse convertirlos en monedas, más pesadas y menos
sencillas de atesorar en grandes cantidades), con el fin de que se
sigan utilizando en los pequeños pagos habituales, ya que la mayor
parte (casi un 70%) de los pagos en efectivo de los ciudadanos
implican unas cantidades inferiores a 10€. Eso permitiría mantener
la privacidad y anonimato personal en la mayor parte de las
transacciones que realizamos día a día. Pero es que la mayor parte
del dinero en metálico no se acumula en pequeños billetes. El 80%
del dinero en efectivo en dólares está acumulado en billetes de
100$. El billete de 10 000 yenes (alrededor de 100 dólares) equivale
aproximadamente al 90% de la circulación de Japón, cuyo efectivo
per cápita asciende a casi 7.000 dólares.
El hecho
más reseñable sobre el papel moneda es la enorme cantidad de él
que hay circulando por el mundo. De acuerdo con las estadísticas, el
30% de los euros en circulación se acumula en billetes de 500, y el
90% en billetes de 50€ o más. Si los euros en circulación se
repartiesen uniformemente entre los ciudadanos europeos, cada uno
tendría en su poder unos 3.200 € de forma semipermanente. ¿Pero
algún ciudadano normal tiene alguna vez esa cantidad de dinero en
efectivo en el bolsillo? Evidentemente, la mayoría del dinero en
efectivo no lo tienen los ciudadanos.
El
crecimiento de las tarjetas de débito, transferencias electrónicas
y pagos móviles produjo una gran disminución del uso de efectivo en
la economía legal, especialmente para transacciones medianas y
grandes. Estudios realizados por diversos bancos centrales muestran
que el ciudadano de a pie y las empresas poseen y usan sólo un
pequeño porcentaje de los billetes de alta denominación.
De las
estudios realizados sabemos que las empresas y comercios apenas
acumulan el 2% del dinero en efectivo, el papel moneda en los cajeros
automáticos representa aproximadamente el 3% del total, y los
consumidores poseen entre el 5% y el 10%. Esto supone apenas el 15%
del dinero en efectivo total. ¿Dónde está el resto del dinero? Se
acumula a través de actividades tales como la evasión de impuestos,
tráfico de drogas, de personas, corrupción y terrorismo. La mayoría
de nosotros, gracias a las tarjetas de crédito y débito y los pagos
por Internet, ya empleamos muy poco dinero en metálico. Y en
Escandinavia su uso es mínimo.
Un plan
para limitar el uso de efectivo debería guiarse por tres principios.
En primer lugar, es importante permitir que los ciudadanos comunes
sigan usando efectivo por comodidad y para hacer compras anónimas de
valor razonable, pero impidiendo al mismo tiempo el modelo de
negocios de los que realizan grandes transacciones anónimas y
repetidas a gran escala. En segundo lugar, la eliminación del
efectivo debería ser muy gradual (digamos, una o dos décadas), para
permitir la adaptación y la introducción de correcciones sobre la
marcha ante problemas inesperados. Y en tercer lugar, las reformas
deben tener en cuenta las necesidades de las familias de bajos
ingresos, especialmente las no bancarizadas. Con todo ello en mente,
Rogoff propone lo siguiente:
1º.
Eliminar a lo largo de varios años paulatinamente primero los
billetes de 100 y 50 dólares (que acumulan el 84% del valor de los
dólares en efectivo), y posteriormente el de 20 dólares. Así, el
billete en circulación de mayor valor que quedaría después de un
plazo de 10-15 años sería el billete de 10 dólares.
2º.
Los billetes de diez y cinco dólares y el de un dólar serían
sustituidos al cabo de varios años por monedas del mismo valor, pero
un peso y dimensión elevados para dificulte su acumulación en
actividades fraudulentas.
3º. Se
proporcionaría a todos los ciudadanos que no tuvieran medios
materiales una tarjeta básica de débito gratuita que permita hacer
pagos electrónicos. De ello se encargaría el Estado o las entidades
financieras.
Es
cierto que hay infinidad de formas de pagar sobornos, cometer delitos
financieros y evadir impuestos sin usar papel moneda. Pero la mayoría
entrañan costos de transacción muy altos (por ejemplo cuando se
usan diamantes sin cortar) o riesgo de ser descubiertos (por ejemplo,
en caso de transferencias bancarias o pagos con tarjeta de crédito). También
es cierto que las nuevas criptomonedas como el bitcoin son casi (o
acaso completamente) indetectables. Pero su valor fluctúa
abruptamente, y los gobiernos tienen muchas formas de restringir su
uso (por ejemplo, impedir su presentación como medio de pago en
bancos o tiendas minoristas). No hay nada con la liquidez y
aceptación casi universal del efectivo.
Reducir
el uso de papel moneda no pondrá fin al delito y a la evasión
fiscal, pero obligará a la economía subterránea a emplear medios
de pago con más riesgo y menos liquidez. En el mundo actual de las
finanzas cibernéticas, el efectivo podrá parecer cosa sin
importancia, pero las ventajas de retirar la mayor parte del papel
moneda son mucho más grandes de lo que parecen.
Para Rogoff más importante aún sería que permitiría
que los bancos centrales impusiesen tipos de interés negativo a los
depósitos, sin miedo a que el dinero se acumulara en efectivo. Pero de eso hablaré otro día.