El
pasado diez de marzo, el Gobernador del Banco Central Europeo (BCE), Mario
Draghi, volvió a sorprender a los mercados con seis medidas que los analistas
más prudentes califican como “artillería” en la “guerra” contra la crisis
económica en Europa.
Algunas
de estas medidas, como reducir el tipo de referencia de las subastas semanales
al 0%, así como el de la facilidad marginal de crédito (la tasa con la que
presta el dinero a un día) al 0,25%, no dejan de ser medidas simbólicas, aunque
los economistas asistimos atónitos ante un tipo oficial del dinero al 0%, algo
que, teóricamente, nunca iban a ver nuestros ojos. Que ahora sea un hecho habla
de lo excepcional de la actual crisis.
Otros
medidas, como las nuevas subastas de financiación a largo plazo para los bancos,
y que se amplíen las compras de deuda hasta 80.000 millones mensuales, no deja
de ser más de lo mismo. Más liquidez para los mercados, intentando ahogar una
crisis de exceso de deuda con medidas monetarias, es decir, emitiendo más
moneda y saturando el mercado con ella. Como medida adicional, se penaliza a
los bancos con el dinero que dejan sin utilizar por la liquidez que depositen
en el BCE, en un intento fútil para que utilicen esa liquidez en dar más
crédito a las empresas y particulares.
Pero
otras dos medidas pueden tener más huella. Por un lado, con un método complejo,
pero original, se remunerará a los bancos que faciliten más crédito a los
agentes económicos. Las
entidades tendrán que aumentar sus créditos en, al menos, un 2,5% en año y
medio para beneficiarse de un 0,4% extra de remuneración por parte del BCE. Los
bancos que concedan más créditos que ahora pero no alcancen esa cifra mínima,
se financiarán al 0%. Finalmente, aquellas entidades cuyo saldo crediticio sea
negativo, deberán compensar un 0,4% al BCE por la financiación que este les
haya concedido. Por otro lado, el BCE comprará bonos de las empresas no
financieras con grado de inversión, es decir, con cierta solvencia, lo que en
la práctica servirá para que el banco central financie directamente de forma
abundante y barata a las grandes empresas europeas, intentando que la liquidez
que inyecta al sistema llegue a la economía real. Estas dos medidas serán las
que tengan más impacto, aunque probablemente éste será limitado en el tiempo. A
largo plazo, todo lo que no sea solucionar el problema de fondo, la burbuja del
exceso de deuda, me temo que no tendrá éxito.
Tras
esta exhibición de artillería, la bolsa, y en especial, los valores bancarios
han experimentado una subida considerable, pero la preocupación que subyace en
los analistas es ¿qué más podrá hacer a partir de ahora al BCE? Draghi ha
pedido reformas y coordinación y no es la primera vez que lo hace. Si sobra
dinero, la solución no puede ser imprimir más. Si no hay demanda de crédito, la
solución no puede ser obligar a los bancos a concederlos Pero los líderes
europeos hacen oídos sordos, y el BCE no puede hacer frente en solitario a la
crisis. Ya se ha saltado a la torera todas las normas que limitan su actividad
de prestamista directo y poco más puede hacer.
¿Poco?
El propio Draghi clamó que todavía tiene más de la misma munición: “Hay una
larga lista de medidas y cada una de ellas es muy importante”, aseguró. Le
quedan pocas armas por probar, pero se me ocurren tres que aún no ha utilizado,
y estoy seguro que las autoridades del BCE, imaginativas como están demostrando
ser, tendrán alguna más en la recámara. El problema es que las medidas convencionales
tienen un impacto cada vez más limitado, pero hay otras más extremas que podrían
surtir más efecto. Continuando con el símil bélico, se trataría de emplear el armamento
nuclear, que lo tiene.
La
primera arma nuclear es utilizar la liquidez existente para financiar
directamente un programa conjunto de inversión pública europeo: el Plan Juncker,
que vegeta en los despachos. En lugar de destinar un billón de euros al año en
comprar deuda de los estados y las empresas, podría destinarse ese dinero a que
los estados o la propia UE construyan infraestructuras tecnológicas y de
transporte europeas ya seleccionadas, y que tienen un gran impacto en la
productividad y cohesión del continente. Gasto público en estado puro. Su
impacto en la economía sería inmediato y duradero. Subiría la inflación, pero
ahora el problema es más el contrario (la deflación), que el incremento
incontrolado de los precios. Y si de algo tienen experiencia los bancos
centrales es de controlar los precios si éstos suben. Si no se pone en marcha
es por la cabezonería de los países del norte.
La
segunda es el conocido “helicóptero” (la imagen es “tirar” dinero al azar por
las ciudades desde un helicóptero), esto es, regalar dinero directamente a los
ciudadanos. ¿Qué tal 2.000 euros por habitante al año ingresados directamente
en la cuenta corriente? No conozco a nadie al que le disguste la idea.
Estimularía el gasto y reactivaría la economía. Y sí, también la inflación,
como la anterior. Es una medida que los teóricos han propuesto desde la Gran
Depresión de los años treinta, pero que nunca se ha puesto en práctica. Lo
dicho, armamento nuclear. Territorio desconocido.
La
tercera es más discriminatoria: un jubileo de deudas. Sumerios, babilonios, asirios
y judíos lo aplicaron en la antigüedad. Cada cuatro o seis años se cancelaban
todas las deudas personales y se volvía a comenzar de cero. En este caso, el
dinero del BCE se destinaría a cancelar el principal de los préstamos
personales (o, ya puestos, el de las empresas) reduciendo la burbuja de deuda.
El inconveniente es que se estimula el comportamiento irresponsable de los que
se endeudan por encima de sus posibilidades, y se penaliza a quien ha sido
prudente. A quien no se ha endeudado se le queda cara de idiota.
Es
decir, armas, como las meigas, haberlas
haylas, otra cosa es que no se quieran emplear, pero estamos llegando a un
punto es que solo queda el armamento nuclear.
Artículo publicado en El Día el 20/03/16.