El
pasado cinco de junio se emitió en La Sexta, moderado por Jordi Évole, un
debate entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, candidatos a la presidencia del
gobierno por Unidos Podemos y Ciudadanos, respectivamente, mucho más bronco que
el anterior, celebrado hace ocho meses. Tras él, la pregunta obvia es ¿a quién
le vino mejor? ¿Quién salió ganando?
No
voy a entrar en este artículo en el detalle del debate, que se puede encontrar
en casi cualquier medio de comunicación, sino que me centraré en las
consecuencias del mismo para las probabilidades de éxito de estas dos fuerzas
políticas.
Para
empezar, no creo que ninguno de ambos líderes haya perdido votos en este cara a
cara. Es probable que los seguidores de Iglesias consideren que éste lo hizo
mejor, igual que los seguidores de Rivera considerarán que su líder resultó más
convincente. Nada de lo que dijeron llevará a un votante convencido a cambiar
su papeleta. Así que, si todas las encuestas sitúan a UP confortablemente por
delante de Ciudadanos, es probable que si se pregunta por el ganador del
debate, el resultado sea más o menos proporcional al de los votantes de uno y
otro, es decir, mejor para Iglesias que para Rivera. Pero, si el debate ha
reafirmado a los votantes convencidos de uno y otro, ¿qué ocurre con los
indecisos y los abstencionistas?
Respecto
a los indecisos, en mi opinión el cara a cara resultó más provechoso en ese
aspecto para Ciudadanos que para Unidos Podemos, por dos motivos.
Primero,
si una cosa quedó clara es que los proyectos políticos de ambos partidos son
incompatibles e irreconciliables. Pero mientras que a Ciudadanos se le acusaba
desde las filas del Partido Popular de “tontear” con Podemos y estar dispuestos
a pactar con ellos un futuro gobierno, a Podemos nadie lo acusaba de ese
flirteo. En esta precampaña Ciudadanos está dejando claro que no se puede
contar con ellos para facilitar por activa o por pasiva el acceso de Podemos al
gobierno, y está claro que, después del debate, nadie puede acusar seriamente a
Ciudadanos de estar dispuesto a hacerlo, con lo que el debate ha eliminado esa
posible fuente de incertidumbre, si es que existía, en la mente de los
potenciales electores de Ciudadanos que rechazan frontalmente a los podemitas,
que son mayoría. Los electores que se mueven alrededor del centro en la
dicotomía izquierda-derecha ahora tienen claro que votando a Ciudadanos no hay
riesgo de que su voto acabe apoyando al populismo. Como consecuencia, es
posible que el principal perjudicado de este hecho sea el PSOE, que compite por
el mismo electorado moderado que Ciudadanos y que sigue apoyándose en su
capacidad de negociar “a izquierda y derecha” un futuro gobierno. Tras este
debate, la opción de pacto PSOE-UP-C’s queda descartada en las potenciales
combinaciones para formar gobierno.
Segundo,
en una campaña intensamente polarizada entre PP y UP, en el que las fuerzas
centrales (PSOE y C’s) corren el riesgo de difuminarse, el programa de Évole visualiza
la opción política de Ciudadanos y centra los comentarios en su fuerza al menos
por unos días. El propio Iglesias lo reconoció al final del debate cuando
aceptó que no todos habrían aceptado un cara a cara entre la segunda y la
cuarta fuerza política del país. Y tiene razón. Efectivamente, Ciudadanos tiene
más dificultades en hacerse notar en una campaña marcada por la dualidad
Rajoy-Iglesias, y el debate de Évole, igual que el viaje a Venezuela de Rivera,
le permite ganar notoriedad en una precampaña que los ningunea.
En
cambio, si el objetivo de Iglesias era presentar una imagen amable y moderada
para seguir captando voto en los caladeros centristas, el resultado no fue el
deseado. La crispación y agresividad del debate habrá alejado más que acercado
a estos electores, aunque haya reforzado al electorado de izquierdas que, por
otro lado, ya tenía intención de votarle de forma mayoritaria. Por otro lado,
las menciones de Rivera a la “cal viva” que Iglesias achacó a los socialistas complica
su aspiración de “robar” más votos entre
los votantes socialistas. En esa misma línea, Iglesias dejó pasar una nueva
oportunidad de desmarcarse más claramente de un país y un régimen, el de
Venezuela, con el que no le interesa verse asociado si desea tranquilizar a los
votantes más centristas, que huyen de ciertas aventuras. Nada le costaría (en
votos) abogar por la liberación de los políticos opositores presos y aclarar de
forma contundente que Venezuela no es su modelo para España, pero en el debate
dejó pasar, una vez más, una oportunidad para hacerlo. Dado lo inestable de la
situación político y social en Venezuela, esa indeterminación puede explotarle
en la cara en plena campaña. Lo que sí logró es presentarse como un candidato
más preparado que en su anterior cita con Rivera, al abundar en citas y datos, pese
a que tuviera que apoyarse en fichas para hacerlo, lo que lo convierte en un
candidato más sólido a ojos de la audiencia.
En
cuanto a los abstencionistas, un debate en negativo como el presenciado no
mueve a la ilusión ni a la participación electoral, de modo que en ese aspecto
ambos salieron perdiendo, ya que es dudoso que semejante debate bronco active a
los abstencionistas. Ambos aspirantes perdieron la compostura en varias
ocasiones, lo que en televisión no es positivo: Iglesias cuando Rivera lo acusó
de intransigente en múltiples ocasiones, o de criminalizar a través de Twitter
a Amancio Ortega, creador y propietario de Inditex (Zara); y Rivera cuando
Iglesias comparó la postura de Ciudadanos respecto a los refugiados sirios con
la de retirar la tarjeta sanitaria a los inmigrantes ilegales en España. Por lo
demás, el debate resultó poco aclaratorio, con un continuo cruce de reproches
sobre quién ha sido el culpable de la celebración de nuevas elecciones que
resulta repetitivo, pues llevamos meses escuchándolo y ya aburre, lo que
tampoco mueve a la participación electoral. Así que por este lado ambos han
perdido una buena oportunidad de activar a los abstencionistas que podrían votarles.
El
único aspecto que, aunque ya se intuía, esclareció algo la posible política de
pactos postelectorales, es que Rivera se mostró dispuesto a pactar con el PP
y/o el PSOE según “quién pueda formar gobierno”, es decir, dependiendo de las
matemáticas resultantes de la elección, pero, y aquí viene la aclaración, en el
caso del PP siempre que “Rajoy y su equipo” no siga al frente del gobierno. Con
esta “línea roja” pretende pescar votos en el caladero de los descontentos con
Rajoy y su estilo de gobierno, con lo que protege el flanco de sus votantes
procedentes del PP, pero que rechazan a Rajoy y/o la corrupción que, a su
pesar, encarna.
Lo
peor para ambos es que este segundo cara a cara ha suscitado menos interés
entre la ciudadanía. Entre uno y otro han perdido nada menos que dos millones
de televidentes, lo que refleja la pérdida de capacidad de convocatoria de los
nuevos partidos, además del buen tono de aquel primer debate que ahora se
antoja muy, muy lejano.