El debate a cuatro del trece de junio finalizó con un Rivera triunfante, al convertirse en el eje del debate en la segunda parte del mismo y descolocar con sus ataques a Rajoy, por la corrupción, y a Iglesias, por la financiación venezolana a su movimiento. Sánchez perdió la que probablemente era la única oportunidad de evitar la pérdida del liderazgo en la izquierda y deja al PSOE desnortado y sin discurso en lo que resta de campaña. Rajoy e Iglesias, que salieron a la defensiva, a no fallar, no cometieron errores y afianzan sus posiciones de principales alternativas de gobierno.
Lo primero que hay que comentar es que la nueva fórmula del debate, tres periodistas haciendo preguntas a los candidatos, resulta prometedora aunque solo uno de ellos, Vicente Vallés, de Antena 3, aprovechó la oportunidad de repreguntar para poner en apuros a los candidatos y que no se salieran por la tangente. De hecho, durante la primera parte del encuentro uno se preguntaba para qué hacían falta tres periodistas si ninguno preguntaba nada, y más que una confrontación de ideas, el foro parecía una sucesión de monólogos.
El primer bloque del debate, centrado en la economía, se polarizó en la gestión económica de Rajoy, que adoptó una imagen presidencial que siempre resulta acertada en este tipo de debates, mientras el resto de candidatos actuaba como oposición atacando el "triunfalismo" (como acertadamente definió Rivera) de su discurso y resaltando diversos problemas como la temporalidad, la precariedad y la pobreza. De esta bloque salió reforzado el presidente en funciones, que demostró solvencia y garantizó estabilidad, mientras Sánchez se centraba infructuosamente en presentarse como alternativa de gobierno, centrado sus ataques en Rajoy, que ni siquiera lo miraba a la cara. Rivera fue el único candidato que, además de a Rajoy, criticó a Iglesias por su propuesta de incremento de impuestos, pero éste lo ninguneó asegurando que prefería debatir con "el original y no con la copia", buscando el cuerpo a cuerpo con Rajoy, "su único rival". Rajoy le respondía con una de las frases de la noche: "al Gobierno no se viene a hacer prácticas, se llega aprendido", buscando con éxito resaltar su solvencia económica. Sánchez pasó completamente desapercibido en esta fase (¿estaba allí?) y, aunque Rivera intentó debatir en positivo sobre sus propuestas económicas, la polarización de la campaña, el objetivo evidente de Iglesias y no tan evidente de Rajoy, quedó reforzada en este bloque en el que Iglesias concluyó que se evaluaban "dos alternativas, de la Rajoy y la de la Unidos Podemos".
En el segundo bloque, dedicado a la política social, se produjo el primer cruce de reproches entre los dos líderes de la izquierda. Ante las repetitivas quejas de Sánchez culpabilizando a Iglesias de que Rajoy siguiese en la Moncloa, y de que ambos compartían la misma estrategia de "ir contra el Partido Socialista", Iglesias recurrió a un estribillo que repitió también en numerosas ocasiones a lo largo de la noche, intentando mostrarse moderado y conciliador con el líder del PSOE, buscando sus votos: "se equivoca usted de adversario, los votantes querrían vernos juntos contra el bloque conservador". Al final, Iglesias ha machacado con una pregunta clara, que Sánchez eludió responder: "tiene que elegir tras las elecciones, gobernar con nosotros o con el PP". En este bloque, Iglesias impuso la lógica del voto útil para la izquierda: el PSOE no ha decidido con quién pactará, así que si sus electores quieren que gobierne la izquierda, que voten a Unidos Podemos. Bueno para UP, malo para el PSOE.
El tercer bloque del debate se centró en la regeneración democrática y la corrupción. El vencedor claro de esta fase fue Rivera, que logró hacerse con el centro del escenario y poner contra las cuerdas a Rajoy, que llegó a balbucear en una de sus respuestas. Aunque con la lucha contra la corrupción por bandera, los demás candidatos atacaron a un Rajoy evidentemente incómodo en esta fase, Rivera fue el más duro y contundente con el actual presidente en funciones. Tras criticar la política de "reproches mutuos" entre los partidos "viejos" (PP y PSOE), pidió un gobierno de España "con un presidente de Gobierno con autoridad moral contra la corrupción". Después acusó a Rajoy de recibir 343.000 euros en dinero negro, según los apuntes de Bárcenas, y le espetó: "usted aparece aquí y no se puede confiar en usted". No pidió a Rajoy que se marchara, como sí hizo Sánchez, sino simplemente que "reflexione" sobre cuál debe ser su papel en el futuro. Rajoy acusó el golpe y contraatacó acusando de Rivera de "inquisidor". Pero no acabó Rivera su intervención en este bloque sin acordarse de Podemos, a quien acusó de "no pedir el dinero a los bancos" porque se financia con "el dinero de su amigo Maduro", acusación ante la que Iglesias se revolvió con acritud, olvidando su premeditada actitud de ningunear a Rivera y mostrarse moderado y tranquilo. Fueron los cinco minutos cumbre del debate, los que permiten a Ciudadanos salir reforzados del mismo. En una campaña polarizada en el eje derecha-izquierda, Rivera fue capaz de reintroducir el eje corrupción-regeneración, y aparecer como campeón de la última. Ciudadanos ya tiene eje de campaña.
Al final de este bloque, los candidatos también hablaron de Cataluña, y en este apartado todos los reproches se centraron en Iglesias, en su postura y la de sus socios y militantes sobre el proceso separatista en esa región. Sánchez afeó a Iglesias que "su socia, Ada Colau, defiende la independencia", a lo que Iglesias le respondió que "sea coherente, porque usted gobierna con Ada Colau en Barcelona".
El bloque sobre política exterior tuvo poca "chicha", más allá de las bienintencionadas alusiones a los refugiados y a la necesidad de luchar contra el terrorismo, pero la pasión del debate bajó muchos enteros, hasta el punto de que Rivera se mostró conciliador y de acuerdo con PSOE y PP, aunque no perdió la ocasión de afear a Podemos su autoexclusión del Pacto Anti-yihadista. El apartado sobre pactos tampoco dejó novedades relevantes, pues cada partido subrayó su ya conocida posición. Rajoy su apuesta por la gran coalición; Sánchez su rechazo a pactar con el PP y su disposición a liderar un gobierno del cambio; Rivera aseguró que "habrá acuerdos" pero subrayó que "lo importante no es con quién, sino para qué"; e Iglesias repitió que "solo hay dos opciones: un gobierno con el PP o un gobierno con Podemos" y pidió"un pacto con el PSOE" en que "el presidente sea el del partido más votado". De nuevo Iglesias impuso la polarización y el llamamiento al voto útil en la izquierda.
Finalmente, el "minuto de oro" en el que los candidatos se dirigieron directamente a los ciudadanos fue aprovechado en esta ocasión mucho mejor por Rivera que por cualquier otro. Apeló a las emociones, trató de usted (como adultos) a los ciudadanos, y pidió un paso adelante de los que quieren "un cambio a mejor". Con su repetida frase “si ustedes sienten como yo…” implicó al elector y lo hizo cómplice de su objetivo: regenerar España. Sánchez, por otro lado, se salió de su bajo perfil durante todo el debate, y apeló a los socialistas de corazón que tienen pensado abstenerse, una apelación que se echó en falta durante el resto del debate. Rajoy e Iglesias fueron menos emotivos y efectivos en su mensaje final, lo que, si bien no resultó extraño en Rajoy, sí que decepcionó por parte de Iglesias, cuyo minuto de oro en el debate a cuatro previo al 20D fue antológico.
En resumen, a diferencia de lo que ocurrió antes del 20D, ningún candidato dominó el debate por completo, pero unos salieron mejor librados que otros. Sánchez y Rivera debían salir teóricamente al ataque al partir en desventaja en las encuestas, mientras Rajoy e Iglesias se presentaran a la defensiva, con el fin de no cometer errores. Rivera consiguió su objetivo y obtuvo para sí los momentos estelares de la noche, mientras Sánchez fracasó y pasó inadvertido buena parte del encuentro. Tanto Rajoy como Iglesias dominaron algún bloque del debate (economía el primero, política social el segundo) y mantuvieron sus posiciones de liderazgo a derecha e izquierda, pero fracasaron en su objetivo de polarizar el resto de la campaña en la disyuntiva entre los dos polos. Rivera se lo impidió e introdujo el eje corrupción-regeneración como elemento de campaña, eje en el que su formación se mueve cómoda. Rajoy, que podía temerse una encerrona, salió vivo del debate pero llega muerto a los posibles pactos, por las sombras que la corrupción derrama sobre él y su partido. Sánchez no tiene eje de campaña y la indefinición sobre qué postura adoptará caso de resultar decisivo con su voto, algo sumamente probable, puede convertir el resto de campaña en una sangría de votos a derecha (hacia Ciudadanos para los socialistas que rechacen a Podemos) e izquierda (hacia UP para los socialistas que no quieran que siga gobernando Rajoy). Unidos Podemos seguirá socavando el voto más moderado del PSOE hurgando en la indefinición sobre a quién apoyará en la investidura.
En conjunto, Rivera fue el candidato con un discurso más natural, hilvanado y emocional. Mientras escuchaba superó por fin sus problemas con los tics gestuales, el nerviosismo y la impaciencia, y ganó mucho con el cambio. En su afán por mostrar moderación, Iglesias perdió parte de su naturalidad, y se mostró plano en la mayor parte de sus intervenciones, excepto cuando Rivera provocaba su ira. Le costó no interrumpir en demasía a sus rivales, lo que demostraba con un murmullo de impaciencia que se oía de fondo cuando éstos hablaban. Rajoy resultó más espontáneo cuando se olvidó de sus apuntes y se metió a fondo en la confrontación dialéctica, pero dado que no se esperaba de él otra cosa que salir indemne del debate, salió reforzado del mismo, en una especie de "no lo hizo tan mal, después de todo". Finalmente Sánchez fue agresivo con Rajoy, al que apuntó con el dedo en varias ocasiones, y con quien buscaba que las miradas se encontrasen, algo que el presidente en funciones evitó. Perdió la oportunidad de dar un giro a la campaña. El PSOE sufrirá un calvario de aquí al 26J para mantener a sus votantes.